Yo era asquerosamente bueno, muy bueno, el mejor alumno, un empollón de libro». José Ignacio Wert Ortega (Madrid, febrero 1950) puede ser cualquier cosa menos modesto. Sobre todo si habla de sus resultados escolares. Y algo de ello se nota en su propuesta de exigir un 6,5 de nota a los universitarios que aspiren a las becas más cuantiosas, una iniciativa que ha sacudido al país de cabo a rabo. Esta semana, tras recibir palos de todas partes, recuperamos algunas perlas que Wert ha dejado caer desde que llegó al ministerio, encantado de recordar sus tiempos de pitagorín.
Lo del 6,5 es la típica idea discurrida por un chico muy aplicado, claro; por un ratón de biblioteca con notas siderales y un expediente académico rutilante, tachonado de matrículas, diplomas y felicitaciones. Para Wert, alumno del colegio Santa María del Pilar-B, el color de la gloria es el dorado, el de los dieces y las medallas. «Recuerdo bien que las notas que nos daban cada semana tenían colores diferentes. Las mías eran siempre doradas, trazadas con una purpurina que se te pegaba a los dedos. Eran las de quien tenía todo sobresalientes. Creo que solo llevé a casa en una ocasión una hoja de otro color, porque había tenido algún notable», presumía el ministro de Eduación y Cultura a principios de este mismo año.

Wert era, junto al actual ministro de Economía, Luis de Guindos, el estudiante más popular de este colegio que los Marianistas tienen abierto desde 1953 junto a la Colonia del Retiro madrileña. Hablamos en pasado porque, en las aulas bilingües de la calle Reyes Magos, este curso está matriculado Felipe Juan Froilán de Marichalar y Borbón, el nieto de don Juan Carlos y doña Sofía. Para el pequeño Froilán ya no hay notas de colores, pero aún subsisten los premios para los mejores del cole en Valores Humanos, Educación y Puntualidad.
En sus tiempos, Wert (cuatro letras que se escriben seguidas en el teclado) tuvo que lidiar con su carácter arisco y montaraz, lo que le valió diversas expulsiones de clase y comentarios negativos en el apartado de Conducta. Esa intemperancia infantil le acompaña todavía y fue su mejor bagaje en su época de tertuliano en la radio. El mismo también lo ha contado: «En conducta era muy hablador, muy impertinente, muy irrespetuoso. Era el mejor alumno del colegio y, no obstante, me echaban mucho de clase... Sigo siendo impertinente y muy hablador, pero estoy camino de corregirme». Y, volviendo al cuaderno de notas, se le daban mejor las asignaturas de Letras, lo que no le impide seguir fardando sin rubor: «Sacaba sobresalientes en Matemáticas, je, je, je. Fui un empollón de libro. Lo que técnicamente se llama un alumno excelente. Tengo todos los premios en lo que he estudiado. Y no me avergüenza...».

La RAE sostiene que la voz empollón se usa de forma despectiva y que, dicho de un estudiante, se refiere a quien «prepara mucho sus lecciones, y se distingue más por la aplicación que por el talento», pero Wert replica que en su época el empollón era «más bien» un sujeto «admirado». «No por todo el mundo, evidentemente. Pero no era un friki», como sucede en estos tiempos, protesta. «En España hemos dejado de lado la cultura de la evaluación. La excelencia apenas tiene una recompensa simbólica. No puede ser que al empollón se le considere el friki de la clase», ha protestado en voz alta el ministro en más de una ocasión.
Doctorado en Derecho con Premio Extraordinario Fin de Carrera por la Complutense (donde custodian la orla de Wert como si se tratara de una edición príncipe de El Quijote), distinguido con el Premio Calvo Sotelo en 1972, dueño de un máster en Sociología Política por el Instituto de Estudios Políticos dependiente de Presidencia, Wert pretende que la brillantez y la excelencia empapen el tejido educativo español. Él mismo no deja indiferente a nadie.

«Siempre le he tenido por una persona de una inteligencia superior», subraya el socialista Joaquín Leguina, el primer presidente de la Comunidad de Madrid. «No hay duda de que es una persona preparada. Pero es absolutamente arrogante y se cree en posesión de la verdad. Es un absoluto dogmático. En su caso, la arrogancia supera la inteligencia», lo retrata Jorge Verstringe, con quien coincidió en algunas turbulentas tertulias.

Hace unos meses, Wert regresó a su colegio invitado por una revista, y, además de tropezarse con Froilán, se reencontró entre los pabellones amarillos y azules con Don Telesforo, antiguo jefe de estudios y toda una institución en el centro. Telesforo Otero ha llegado a decir que consideraba «justificada» su extensa carrera profesional solo por el hecho de que uno de sus alumnos llegue a ministro de Educación. José Ignacio Wert, no hace falta decirlo, era su ojito derecho.

Al ministro le entregaron ese día una copia de su expediente académico, desde parvulitos (fue de las primeras hornadas del centro, fundado en octubre de 1953) hasta sus notas en el Preu de 1967. «Un hombre es una madre y un bachilletaro», ha resumido Wert, el tercero de ocho hermanos, entre los que se encuentran algunos militantes del PSOE.
Cuando dejó los "Marias", el centro donde fue entrenador de rugby el añorado Celso Vázquez, Wert siguió usando la corbata de sus años mozos y se enfundó la chaqueta, también obligatoria entonces en la Complutense, como recuerda el abogado Carlos Carretero Benítez, de la misma promoción que el ministro. Con la universidad en perpetua ebullición y tomado el campus por "la grisapo", Wert optó por matricularse en un turno de tarde, para no perder lecciones. En esa época daban clase en la Complutense Antonio Garrigues Walker y Antonio Hernández Gil, aunque los huesos eran Prieto Castro y su "librito" de Procesal Civil, Aguilar, en Internacional Privado y Naharro, en Economía... Obstáculos que Wert salvó con su competencia habitual.

Franquistas y conspiradores
Tampoco era de los que frecuentaba las cafeterías ni los conciliábulos políticos. «Quienes me llaman franquista estaban escondidos cuando había franquistas de verdad. Por mucho que me insulten, -protesta Wert- no pueden cambiar mi biografía». «Entonces la universidad era para estudiar. Éramos muy pocos, la única universidad en Madrid», recuerda José Pradel, otro licenciado en Derecho en la promoción del ministro.
«Wert no tiene miedo a ser como es», resume Juan Díez Nicolás, doctor en Ciencias Políticas por la Complutense, artífice del CIS y un pope de la estadística sociológica, el campo de trabajo de Wert, fundador de Demoscopia. «Ha abierto un debate serio. A mí se me cae la cara de vergüenza cuando veo a un universitario trabajando de teleoperador. ¿A quién se debe dar la beca, a los pobres o a quienes tienen más posibilidad de aprovecharla? Hay que incentivar a los talentos. Esa es la verdad, la nota que se exija es algo contingente», sostiene Díez Nicolás.

Mientras, Wert, con su Hublot titanium a la muñeca, sus corbatas de Armani Collezioni y sus deseos de transformar el país desde la enseñanza se parece cada vez más a Gary Cooper en "Solo ante el peligro", cuando suena de fondo el "Do not forsake me, My Darling" (No me abandones, mi amor). Esta semana, hasta las comunidades gobernadas por el partido en el Gobierno han lanzado dentelladas contra este hombre, experto en encuestas, y que se hunde cada vez más en los Barómetros del CIS. Al brillante ministro, los españoles le suspenden. Es el peor valorado con mucho.
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