Aunque el nacimiento de Rubén Griñón transcurrió con normalidad, su aspecto tiene asombrados a los médicos del Hospital Gregorio Marañón. El pequeño, que pesó casi tres kilos y medio, nació con vello facial, tiene ojeras y no deja de llorar cada vez que alguien le habla o enciende la luz, talmente como si tuviera resaca. “Sí, mi bebé rasca, pero es mi hijo y le quiero” dice su madre, Lola Griñón.

Lola no sabe quién puede ser el padre de la criatura. “Debe de ser uno de esos calaveras con chupa de cuero que tanto le gustan”, comenta una de las mejores amigas de la madre. “Ella es muy de salir e ir de fiesta, es normal que el hijo le haya salido con barba y ojeras. Parece un tabernero, alguien a quien no le prestarías ni cinco euros”.



Pese a que el vástago que Lola ha engendrado se parece mucho a los hombres con los que ella acostumbra a salir -señores que, según admite, son buenos como parejas temporales pero serían nefastos como padres-, la mujer está satisfecha. “Mi bebé tiene pinta de pendenciero y es un trasnochado, pero hay que reconocer que tiene un puntito muy sexy”, dice.

El jefe del equipo de pediatría que se ha encargado del caso asegura que, una vez el pequeño salga del estado de resaca en el que parece estar sumido, se encontrará perfectamente. “Es cuestión de darle una ducha fría y afeitarlo”, dice el doctor. “Es probable que, si el bebé sienta la cabeza, no vuelva a salirle barba hasta la pubertad”.
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