Un relámpago es una descarga eléctrica con una potencia de hasta 30 millones de voltios, suficiente para proveer de luz a una ciudad de 200.000 habitantes durante un minuto. Alcanza una temperatura cinco veces mayor que la temperatura de la superficie del Sol: 30.000 grados centígrados. Viaja a una velocidad de más de 115 millones de kilómetros por hora, aunque el sonido que produce lo hace a una velocidad notablemente inferior: de ahí que el desincronización entre su luz y su sonido sirva para calcular la distancia a la que se encuentra. Según la película Regreso al futuro, incluso sirve para alcanzar los 1,21 Gigavatios y así viajar a través del tiempo.

Cada día caen en la Tierra más de 17 millones de rayos; 200 por segundo. Las posibilidades de morir por un rayo en el Reino Unido son de aproximadamente 1 entre 10.000.000 (las mismas que de ser mordido por una víbora). Los hombres son alcanzados por rayos 6 veces más que las mujeres. Al año mueren por esta causa alrededor de mil personas. Da miedo, pero no es para tanto: mata muchísimo más el tabaco o incluso el baño de nuestra propia casa, sin contar los muslos de pollo que se nos atragantan. Las estadísticas son así de contraintuitivas.

Aunque no si hablamos de la cuenca del río Catatumbo, en Venezuela, al sur del lago Maracaibo.

Debido a las particulares condiciones atmosféricas de este lugar, en la que participan los vientos alisios y el gas metano de los manglares circundantes, se produce un fenómeno eléctrico sin precedentes: una tormenta que dura unos 160 días al año y que genera unos 300 relámpagos por hora.

El fenómeno puede verse a más de 420 kilómetros de distancia, lo cual es de agradecer, pues bajo la tormenta las estadísticas que apunté anteriormente se volverían mucho más preocupantes. La etnia Wari lo define como “la concentración de millones de cocuyos (luciérnagas) que todas las noches se reúnen en el Catatumbo para rendirle tributo a los padres de la creación”. Y es que, al contemplarlo, es como si ante ti se produjera un inmenso y constante arco voltaico entre nube y nube o entre nube y suelo, como la resistencia de una bombilla capaz de iluminar toda una ciudad.

Tanto es así, que desde hace siglos este permanente fogonazo en el cielo ha servido para orientar a los marinos de la zona, como una especie de faro natural, por ello se ha llamado también “El Faro de Maracaibo”. Por ejemplo, durante la Guerra de la Independencia sirvió de faro para la fuerza naval del almirante Padilla, logrando así derrotar a los navíos españoles el 24 de julio de 1823. El primer escrito donde se menciona el fenómeno del relámpago del Catacumbo es el poema La Dragontea, de Lope de Vega, en 1597, en las octavas del Canto IV:


Volviendo, pues, al general don Diego,
de don Pedro de Acuña aviso tuvo,
que una fragata ha visto el inglés fuego,
y que después entre la armada estuvo.
No le dieron, siguiéndola, sosiego,
ni apresurado el vuelo se detuvo;
venía de Maracaibo y sobre el cabo
de la Vela dejaba al ingles bravo.


Como curiosidad ecológica, cabe señalar que esta bombilla del cielo produce como efecto secundario el 10 % de la capa de ozono generada en todo el planeta. Es decir, que además de guiar a los barcos es probable que también haya evitar que más de una adicta al sol se haya quemado en las playas venezolanas. Quizás por ello el símbolo del rayo está representado en el escudo oficial del estado noroccidental del Zulia. Incluso se está intentando catalogar al relámpago del Catatumbo como patrimonio de la humanidad de la UNESCO, convirtiéndolo de este modo en el primer fenómeno meteorológico que goza de esta catalogación.
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