Alfredo Hordás decidió arrancarse ayer una oreja con el fin de provocar una situación de urgencia y comprobar cuánto tardaba la ambulancia en acudir a su domicilio para auxiliarle. “Primero pensé en hacer saltar todos mis dientes de un puñetazo, lo que pasa es que caí en la cuenta de que no podría llamar a la ambulancia porque no hablaría con claridad”. Según Hordás, no hizo falta esperar más de veinte minutos para recibir la visita de los médicos pese a que, al llamar, la operadora insistió en que, sin la oreja, podía desplazarse por su propio pie al hospital. “Son la hostia. La ley del mínimo esfuerzo. Pero bueno, les das caña y responden”, admite Hordás.

Hordás cree que la pérdida de la oreja era necesaria sobre todo para valorar la calidad asistencial de su aseguradora. “Me caduca el contrato en breve y antes de renovar con ellos quería saber si siguen respondiendo o no. No suelo tener problemas de salud y, realmente, no puedes estar seguro de que funcionan hasta que les necesitas de verdad”, explica.

El balance del experimento es, según él, “bastante positivo” pese a que no se le ha podido coser la oreja porque el corte no era limpio. “Da igual, llevo siempre el pelo largo”, sentencia el afectado, que se siente honrado también de parecerse “al pavo de los girasoles”.

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